martes, 27 de noviembre de 2007

Asaltos

Vamos, saquen al ladrón que llevan dentro, sean osados y roben cosas insignificantes, es la oportunidad de volver a la creatividad. Estas son historias mías cuando he sacado a la luz mi delincuente inerior y de las veces que he sido el asaltado. Usted saque sus conclusiones.

Asalto I

Odiaba tanto a ese ladrón -a ese maldito ladrón-, que daba gracias al cielo por nunca haberlo descubierto; de no ser así, ya lo habría golpeado.

Mi mamá todos los días me hacía una deliciosa torta de jamón o huevo o frijoles o lo que hubiera. En el recreo la maestra nos pedía dejar las tortas en el escritorio, luego nos mandaba a lavarnos la manos y posteriormente volvíamos por la comida. Esa mesa era el triángulo de las bermudas de las tortas, siempre se perdía la mía al regresar del monótono lavado de manos. Supe que alguien esataba robándolas y le dije a la maestra, pero los de mi salón -esos malditos incomprendidos- me dijeron rajón. La maestra tampoco tuvo una solución, creo que estaba preocupada por sus uñas.

María y yo decidimos descubrir al cretino que se llevaba nuestro alimento, pero la maestra -esa maldita maestra- nos bajó puntos por no irnos a lavar las manos (y de todos modos nos las tuvimos que lavar).

María -esa maldita traidora de María- solucionó su problema llevando en vez de torta unas asquerosas espinacas que nadie le quería robar y yo harto de tanta maldad, decidí actuar con inteligencia.

El día siguiente enseguida de entrar a la escuela, saqué mi torta de la bolsita donde tiernamente la había guardado mi madre y con firme decisión le propiné un tremendo escupitajo verde como loro.

Sucedió como lo planeé, se la robaron cuando nos fuimos a lavar las manos y yo pasé el recreo con hambre pero con esa sonrisa de triunfo y placer.

Pero yo -ese maldito yo que nunca estaba conforme- decidí jamás pasar hambre. El día siguiente cuando todos dejaban sus alimentos en el escritorio, di un anuncio:

a ver, ésta es mi torta y frente a la cara de horror de todos comencé a lamerla como paleta de lado a lado. Ahora sí -dije conforme-, ahí se la come quien guste. Fui a lavarme las manos muy tranquilo y al volver estaba ahí intacta esperándome llegar. Me la comí tan agusto como nunca había hecho.

Era tan distinto y quién iba a pensar que la culpa la tenía el ingrediente secreto.

1 comentario:

Adolfo Ramírez dijo...
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